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Mr Ecclestone, la supuesta máxima autoridad en la Fórmula 1, aboga por la inversión y la libre investigación para resucitar un espectáculo ampuloso aunque herido de muerte. El despido de 800 profesionales del gran circo en cinco meses (más de un centenar de bajas descansan en la conciencia de Renault) no ha sido obstáculo para su razonamiento. “Estoy a favor de que los equipos gasten lo que quieran y como quieran”, reivindicaba Ecclestone en las páginas del Daily Telegraph. A más desembolso, mayor espectáculo e ingentes ingresos. Llegados a este punto, no conviene olvidar las críticas de pilotos y aficionados a la reducción de potencia en los monoplazas, una contención de gastos que, consideran, atenta contra la esencia de este deporte. Incluso Fernando Alonso ha desvelado en las páginas de LA GACETA que “si la Fórmula 1 sigue involucionando de esta manera, me retiro”. Aunque el problema de la teoría proporcional es que también exige un compromiso a largo plazo. Por este motivo, Ecclestone sentaba las bases de una reconstrucción efectiva: “Me gustaría que los constructores firmasen contratos de permanencia en la Fórmula 1 de al menos siete años”.Parece que las condiciones del Plan Ecclestone no pueden ser asumidas por escuderías como Honda, que anunció su retirada en diciembre, y de otras marcas que a duras penas aguantan en el escaparate de la Fórmula 1. Por ello, la austera política de Mosley parece que se impone en los circuitos. La intervención (prohibición) a la hora de fijar un máximo de entrenamientos, de horas de investigación o la reducción de potencia en los motores (para que duren más) se conforma con superar la tormenta a medio gas. “Incluso antes de que la crisis económica se instalase en nuestra sociedad, se ha puesto de manifiesto que la Fórmula 1 es insostenible”, comentaba el propio Mosley ante el anuncio de que en 2008 las escuderías habían invertido 1.170 millones de euros en una salvaje carrera de ingeniería. Incluso, para dar una mano de verosimilitud a la dialéctica económica, Mosley plantea una especie de subida de impuestos a los pilotos, gravando la llamada superlicencia, contribución del piloto en virtud de los puntos obtenidos en el campeonato anterior. En un año, el precio del punto ha pasado de 465 euros a 2.000. Las estrellas del circo, por supuesto, se niegan a firmar. La amenaza de huelga se cierne sobre la Fórmula 1. Una más para Keynes. Crónica de Luis Rivas(Gaceta.es)
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